Jorge Luis Borges vivió fascinado por los laberintos. El laberinto borgeano es un sincretismo de lo apocalíptico y de una profunda esperanza.
El laberinto borgeano simboliza el proceso transformador de la experiencia humana donde el viajero constantemente se enfrenta a la destrucción, pero también a la creación de sí mismo.
Pero entre todos los laberintos, el que más fascinó a Borges fue el laberinto del tiempo.
Soy el que pese a tan ilustres modos
De errar no ha descifrado el laberinto
Singular y plural, arduo y distinto
Del tiempo que es de uno y es de
Todos. Soy el que es nadie el que no fue una espada
En la guerra, soy eco, olvido,nada.
--JLB, Soy
Cómo imaginar un laberinto.
La representación tradicional del laberinto que la antigua iconografía cretense
ha transmitido al mundo entero es objetable desde, al menos, dos puntos de
vista. En primer lugar, el laberinto aparece generalmente como una figura “unicursal”,
es decir como un camino enredado pero sin encrucijadas, como una
suerte de aparato intestinal cuya forma permite alargar un recorrido que, de
todos modos, conducirá ineluctablemente a la otra punta.
El principio del laberinto.
Borges tiene una forma muy suya de concebir la idea de laberinto. En general,
cuando se piensa en la noción de laberinto, se le atribuye espontáneamente como
rasgo principal ya sea el que corresponde a “para perderse”, ya sea el de
“de donde no se puede salir”. Parece claro que Borges adopta esta segunda
acepción. De allí su asimilación del laberinto al infinito. Un laberinto es un lugar
determinado y circunscripto (y por lo tanto, finito), cuyo recorrido interno
es potencialmente infinito. El “sujeto” del laberinto borgesiano no está afuera,
preguntándose por el sendero que lleva a su centro, sino adentro, desde siempre,
resignado a no poder salir: el laberinto es “la casa” de Asterión.
Información extraída de:
Por más información entra a: http://oyeborges.blogspot.com.ar/2011/05/borges-un-laberinto-clave-de-su-obra.html
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